"Cuando nazca nuestro hijo," dijo ella, "quiero que derribes ese árbol".
Con las manos sobre la barriga de siete meses, terminó la sentencia: "Pondremos un columpio rojo. Brillante y de metal para que dure por siempre".
Al día siguiente, él tiró el árbol con su sierra eléctrica. Serruchó las ramas y arrastró el tronco a la cochera. Ahí y durante semanas, el hombre cocinaba un secreto. Iba al trabajo en el día y se escondía en la cochera en la noche. Se acostaba en la madrugada. La sábana apenas lo cubría cuando él quedaba dormido al lado de aquel volcán en erupción.
Sus dedos comenzaron a llenarse de ampollas. Las ampollas se covirtieron en nuevos callos. En la oscuridad de la cochera, la sorpresa casi terminada esperaba en silencio el día señalado. Olía a madera cruda y a aserrín. Y a un poco de sangre.
Una semana antes de lo previsto, escuchó una voz desde el baño: "Llévame al hospital. Las contracciones...".
Mientra ella esperaba en el auto con los ojos cerrados, él colocó en el asiento trasero un gran bulto envuelto en una cobija. Tal vez pesara un poco más que ella. Pero menos que el tronco de aquel árbol derribado. Detalles sin importancia. Su esposa miraba por la ventana todas las mañanas y nunca volvió a mencionar el columpio o algo sobre aquel triste tocón en el jardín. Sumida en esa extraña tristeza, ella tampoco cuestionaría que su marido acarreara un objeto gigante al hospital el día del nacimiento de su hijo.
La mujer y el bebé murieron en el parto. De regreso a casa, el hombre arrastró a la calle lo que había en el asiento trasero. Y lo quemó.
Era una réplica a escala del pueblo en el que vivían. Las dos granjas, la escuela, la estación de policía. Una colección de vacas que pastaban detrás de la diminuta cabaña del herrero. También había un herrero pequeñito y muchos habitantes del pueblo. Usó sus herramientas para tallar los ojos hundidos del barrendero. Usó una gubia nueva para detallar el uniforme del guardia del banco. Levantó con sus manos el Ayuntamiento, la taberna, el molino y un par de perros de madera. Incluso, labró el rótulo del mercado y no olvidó la pequeña camioneta abandonada a la salida. En las noches, soplaba el aserrín de sus figuras hasta quedar mareado.
Todo se prendió enseguida, pues mojó la maqueta con gasolina del auto. Con los ojos húmedos por el humo, el hombre logró ver como se incendiaba la versión en madera de su hijo no nacido. Fuego en miniatura para su hijo en miniatura. Una figura tan chica e indefinida que se lastimó la mano tallándola. Un niño que nunca abrió los ojos para ver el pequeño mundo que él le había preparado. Como un tonto.
A la mañana siguiente el hombre fue a examinar las cenizas. El fuego había hecho su trabajo... pero no pudo con todo. Borró La Banca de los Enamorados, borró el tractor, borró su casa, pero no borró algo. No hablamos del "recuerdo", que eso estaba guardado para siempre en algún sitio en el interior del hombre. El fuego había dejado todo negro y consumido... Todo menos una cosa.
Junto a la réplica carbonizada de su casa y de las pequeñas cenizas de su esposa a escala, sonriendo entre el polvo negro que alguna vez fue su pequeña cochera, había un sobreviente. Intacto por las llamas. No más alto que un salero. Era el árbol.
Está pocamadres este relato, Pato!
ReplyDeletequé bárbaro! es todo un drama!
no quiero ponerte a trabalar, pero si le pones imágenes te da para un relato gráfico de unas 10-15 páginas!
me quito el sombrero!
Uy la leche que bonito, beso beso
ReplyDeleteAlgo goteó en mi ojo izquierdo, es probable que sea lluvia para tu árbol...
ReplyDeleteQue hermosas letras Pato, desde un agujero en mi corazón te mando un beso humedecido de melancolía.
=)
ReplyDeleteque bella historia
ReplyDeleteBuenas letras, buenas imagenes. Siento que podria haberlo escrito yo o por lo menos, haberlo recogido en el fieldwork. Bueno leerte en la misma frecuencia.
ReplyDeleteBest,
E.
que fuerza del arbol para mantenerse vivo, eternamente, como una pequeña figurita de madera, me pregunto si "mundos invisibles" antes de ser gráfico fue literario.
ReplyDelete:)
ReplyDeleteExcelente relato.
ReplyDeleteSin ánimo de ser ofensivo, sino todo lo contrario, me recordó a las atmósferas que crea Stephen King en sus relatos.
En lo personal me pareció muy cinematográfico.
Gracias por compartirlo.
gaaaaa, que impresión! No solamente eres intenso con tus trazos, también tus palabras son arrolladoras! Caraxo, cómo te envidio...
ReplyDeleteMe gustó! Hay algo de misterio en la crudeza con que ocurre todo.
ReplyDelete(Apoyo lo del relato gráfico!)