El final de la noche se aleja irremediablemente. La calle es azul y solitaria. Todas la ventanas están cerradas y alineadas como cuadros de piedra matemática. Una de ellas -la ventana más triste de todas- se abre lentamente. Rechina. Nadie la ha abierto en siglos. O tal vez se abre todas las noches para asesinarme mientras duermo. No lo sé.
Once dedos desnudos asoman del agujero y me invitan a entrar. Las piernas las siento débiles, pero me quieren llevar solas (¡gangrena de voluntad!) hacia el negro portal rectangular. Silenciadas las bisagras y abiertas las hojas de la ventana, mis piernas traicioneras me internan en el silencio amoratado de la nueva habitación. Adentro me espera alguien… Veo que los once dedos fueron producto de mi imaginación: resulta que ella no tiene manos. Su espalda está pegada con sangre a la silla, inmovilizándola. ¿Quién abrió la ventana? ¿Quién es esa bestia? ¿Cuál es el sentido de su sufrimiento? Su cara sin ojos me recuerda la imagen que vi en el espejo esta mañana.
Entreabro el sueño para borrar la pesadilla. Esta alucinación tiene una fina corteza: ahora es traslúcida y deja ver otra capa interior, más extraña que la otra. Qué hermosa cebolla negra.
Los pájaros sin cabeza se han levantado: chillan por un sol que no funciona correctamente; el astro está caminando dormido o está drogado de muerte. Tampoco conozco esa respuesta… Parece rodar por el horizonte como una moneda oxidada. Tiene los bordes deshechos, llena de lastimaduras el horizonte.
Una nueva capa no termina de ocultar el plomo astronómico. Todo es intermedio, todo es incómodo… La figura sufriente de la silla está más y más cerca de mí: huele a sangre jabonosa. Su espalda no puede despegarse del asiento. ¿Por qué yo estoy tan cerca? ¿Por qué yo sufro también por ella?
Debajo, sobre el suelo, aparece la siniestra semilla de la desesperación. Como un niño pequeño, la aplasto furiosamente con el pie para ver correr la pus. Cierro los ojos. La ventana se mueve lentamente como una boca. Saliva por la distancia como una flor excitada. Descubro un hilo de plata entre la figura de la silla y el hombre que sueña mientras escribe.
Detengo la marcha. Dejo de teclear. Prendo el ventilador y el cuarto comienza a girar lentamente. El suelo gime tristemente como una alfombra de abejas dormidas. De pronto, las columnas que sostienen esta recámara cobran nuevas formas: son brocas de taladro perforando la piel elástica del techo… Cebolla negra, ¿cuantas capas tienes?
“Alto. ¿No habías detenido la marcha?”, pregunta dulcemente la figura de la silla. El nudo que nos conecta se ha aflojado y las aves sin cabeza dejan de chillar. Con sorpresa descubro que los hechos se han deshecho: un sol saludable está clavado en la punta del cielo. Ella es una mujer con voz de mujer, cabellera de mujer, ojos de mujer, manos blancas de mujer. Diez dedos. Su espalda es hermosa y limpia. La sangre y la silla han desaparecido. La ventana es amplia, las nubes de leche me invitan a salir. El final de la noche ya no se aleja irremediablemente.
Once dedos desnudos asoman del agujero y me invitan a entrar. Las piernas las siento débiles, pero me quieren llevar solas (¡gangrena de voluntad!) hacia el negro portal rectangular. Silenciadas las bisagras y abiertas las hojas de la ventana, mis piernas traicioneras me internan en el silencio amoratado de la nueva habitación. Adentro me espera alguien… Veo que los once dedos fueron producto de mi imaginación: resulta que ella no tiene manos. Su espalda está pegada con sangre a la silla, inmovilizándola. ¿Quién abrió la ventana? ¿Quién es esa bestia? ¿Cuál es el sentido de su sufrimiento? Su cara sin ojos me recuerda la imagen que vi en el espejo esta mañana.
Entreabro el sueño para borrar la pesadilla. Esta alucinación tiene una fina corteza: ahora es traslúcida y deja ver otra capa interior, más extraña que la otra. Qué hermosa cebolla negra.
Los pájaros sin cabeza se han levantado: chillan por un sol que no funciona correctamente; el astro está caminando dormido o está drogado de muerte. Tampoco conozco esa respuesta… Parece rodar por el horizonte como una moneda oxidada. Tiene los bordes deshechos, llena de lastimaduras el horizonte.
Una nueva capa no termina de ocultar el plomo astronómico. Todo es intermedio, todo es incómodo… La figura sufriente de la silla está más y más cerca de mí: huele a sangre jabonosa. Su espalda no puede despegarse del asiento. ¿Por qué yo estoy tan cerca? ¿Por qué yo sufro también por ella?
Debajo, sobre el suelo, aparece la siniestra semilla de la desesperación. Como un niño pequeño, la aplasto furiosamente con el pie para ver correr la pus. Cierro los ojos. La ventana se mueve lentamente como una boca. Saliva por la distancia como una flor excitada. Descubro un hilo de plata entre la figura de la silla y el hombre que sueña mientras escribe.
Detengo la marcha. Dejo de teclear. Prendo el ventilador y el cuarto comienza a girar lentamente. El suelo gime tristemente como una alfombra de abejas dormidas. De pronto, las columnas que sostienen esta recámara cobran nuevas formas: son brocas de taladro perforando la piel elástica del techo… Cebolla negra, ¿cuantas capas tienes?
“Alto. ¿No habías detenido la marcha?”, pregunta dulcemente la figura de la silla. El nudo que nos conecta se ha aflojado y las aves sin cabeza dejan de chillar. Con sorpresa descubro que los hechos se han deshecho: un sol saludable está clavado en la punta del cielo. Ella es una mujer con voz de mujer, cabellera de mujer, ojos de mujer, manos blancas de mujer. Diez dedos. Su espalda es hermosa y limpia. La sangre y la silla han desaparecido. La ventana es amplia, las nubes de leche me invitan a salir. El final de la noche ya no se aleja irremediablemente.
Sueñas que sueñas y en el punto intermedio entre la letra y el recuerdo se transforman los objetos y los seres: la sombría vida doble de las cosas te delata la sonrisa, extraño cielo poblado de lunares que envenenan los lugares comunes, que destrozan las simplezas.
ReplyDeleteEl placer de la complicación sigue siendo tu vicio solitario más preciado.
F: El delicado arte de ahogarse en un vaso de agua de rosas, dirían algunos.
ReplyDeleteRechina y rechina
ReplyDeleteresoplar de viento
marco raìdo
girones en la oscuridad
Sacar al pàjaro azul
no daña
almejas hay cerradas
espectros atrapados
todos los dìas sale el sol
asì fue
asì es
¿serà?
bordes mellados
hoja oxidada
puñal en el hocico
perro que no ladra
uno se la rifa
dos
nada del otro lado
tres
todo vale
anacoreta espinado
puerto
zicatela
oaxaca
olor a rosas
al poniente
OFZ
BTKS: nada del otro lado, nada en este. Supongo que habrá que permanecer en la rajadura de enmedio.
ReplyDeleteQuerido Patric, increíbles textos. Y yo que creía que ya no había lugar para la poesía ;)
ReplyDeleteBeso de la monera