Monday, June 1, 2009

El pozo en el centro

¿Habrá algo más impresionante que un pozo en el centro de tu recámara? Puede que lo haya, pero hoy no escribo sobre posibilidades. Escribo sobre lo que veo y sobre lo que temo. Una enorme boca redonda sin dientes. A un metro de la cama.

La recámara es un cuadrado perfecto. Hay un pozo en el centro. Todo lo que escribes, todo lo que piensas, todo lo que dices, se inclina ligeramente hacia él sin importar la orientación del papel o el ángulo de la pluma.

Los dos tablones que cubrían la boca del pozo han desaparecido en la mañana. También han desaparecido la puerta, mis zapatos y la ventana. Sólo quedan el foco desnudo, el colchón y algo parecido al horror.

A distancia segura, me asomo al agujero. Su orilla es débil, se desmorona con el peso de los ojos. Y no alcanzo a ver nada más allá. No escucho agua. Tampoco el sibido del viento atrapado. Me pregunto que tan profundo será. Tal vez haya que caer en él para saberlo. Tal vez deba arrojar algún objeto para escucharlo rebotar contra sus paredes y golpear finalmente contra la gelatina del fondo desconocido.

El miedo crece mientras trato de penetrar su oscuridad con la mirada. Es como si la sustancia oscura del vacío jalara de mi cara. El terror de sentirse insignificante. Cualquier cosa deja de ser importante cuando estás al borde de un enorme agujero en tu propia habitación.

Busco un pedazo de cemento, una loza suelta. Camino con cuidado, examinando las paredes. Arranco un trozo suelto de cal para arrojarlo a la bestia. Algo que excite a la pupila negra.

El trozo de cal es tan ligero que desaparece si hacer ruido alguno. El pozo parece inmenso en comparación. El efecto es terriblemente real: ahora el agujero ha crecido y se ha tragado la cama.

Pánico. La pluma con la que escribo esto ha resbalado de mi bolsillo y cae al piso.

Rueda lentamente hacia el centro de la habitación: obedece a la repentina inclinación del suelo. La pluma desaparece también. Imagino que cae, pero ni los dibujos ni el pensamiento ni las letras pueden predecir lo que será de ella.

Tengo un encendedor en el bolsillo. Con la espalda contra la pared, prendo un fuego desesperado a lo que estoy escribiendo. ¿Es eso posible? Dejo caer el papel en llamas por el círculo negro. Se deshace en cenizas mientras flota en el aire antes de ser tragado. La débil luz anaranjada que despide se ahoga en la prof

9 comments:

  1. excelente narración!
    pero acá entre nos: me hubiese gustado una hilera concentrica de afilados dientes en la boca espectral.

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  2. ¡Muy bueno! Digno del mejor Buñuel cruzado con el más terrorífico Cortázar. El agujero, realmente amenazador.

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  3. Temo volver a abrir mañana betteo.blogspot.com... ¿y si me deslizó irreparablemente hacia el pozo? Mañana seré valiente; hoy no.

    Gracias por el relato. Es un sedante para el desvelo. :-)

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  4. Aaahhh, qué buen final.

    No need to jump.

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  5. ¡Excelente, Pato!

    Espeluznante la forma en que conforme uno avanza en la lectura la inocente masa negra que precede al texto va cobrando un tinte distinto...

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  6. me dio miedito y no lo terminé de leer... :S

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  7. Aunque creo que es peor tener un hoyo en la cabeza, tu narración me encantó.

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  8. Me enccantó el final: "La débil luz anaranjada que despide se ahoga en la prof".

    Realmente impactante.

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