Quienes me conocen de cerca -o que intuyen mis entrelíneas- sabrán que soy un sujeto básicamente descreído, casi rayando en lo indiferente.
Me encantan la ciencias y las artes, pero no me gustan mucho los humanos (
¡paradoja de paradojas!). Creo en la paz y el respeto sobre todas las cosas, y me revientan –sobre todo- los individuos que no hacen más que quebrantarla.
Entre un mundo de ricos que tiran el dinero en las peores causas, y entre un mundo de gente pobre de bolsillo y pobre de educación, y entre un mundo de dementes abusivos repletos de poder, no sé qué decir ni qué hacer. Procuro equilibrarme en una tenue franja imaginaria donde creo que cabemos muchos…
“Apaguen la televisión, no sean flojos, lean, eduquen a sus hijos, tomen buenas decisiones, no jodan al prójimo, ayuden al que les ayuda, traten al otro como quieran que los traten a ustedes...” Eso digo y eso defiendo abiertamente.
“
Construye tu mundo, destruye las convenciones, no te multipliques, vuelve a empezar, ráscate con tus propias uñas, piensa por ti mismo, y -sólo cuando estés listo- elige tu propio dios y construye tu propia autoridad…”, son la cosas que defiendo en mi modalidad más radical. Y como persona “madura” me confieso profundamente ignorante, porque creo que ninguna verdad es
La Verdad. También puedo llegar defender la confrontación, aunque mi estilo personal es no ejercerla. Pero…
¿y la violencia?A pocas cuadras del departamento estallaron dos granadas donde había gente indefensa. Mueren 7 y hay más de 100 heridos. Esquirlas, jirones de ropa, mucho dolor, el pavimento bañado de rojo.
Ariadna y yo estábamos en el Zócalo justo en ese momento, rodeados de una óptima vibra septembrina. Fuegos artificiales, sombreros, matracas, buen humor, banderas, luces tricolores y demás ingredientes. Mi poca tolerancia con las multitudes nunca me permitirá vivir la fiesta mexicana como es debido, pero en fin… ahí estábamos. Y debo reconocer que todo estaba muy bonito y más aún con la imborrable calidad urbana del Centro.
Sin ánimo de mentirles,
no supimos ni presentimos nada. El tumulto era suficientemente grande, y los asistentes –incluido yo- suficientemente distraídos para no oler la tragedia sucediendo a unos cientos de metros. Un 15 de septiembre disfraza cualquier explosión en la distancia... Además, era mayor mi ansia por regresar a la casa: para dibujar, leer, fumarme un cigarro, navegar, lavar los platos, mirar el techo.
Soy tan patrio como soy musulmán.Volvimos a las 11:20 PM. Como una lenta bola de nieve, fueron entrando los mensajitos de celular, los mails, los comments, algún telefonazo preocupado. Un poco desconcertados, Ariadna y yo nos prometimos averiguar detalles al día siguiente.
¡Y qué detalles!Ahora no puedo impedir que se filtre un poco de miedo y tristeza por debajo de la puerta. Y siento vulnerabilidad por toda la calle. Morelia, sumida en un largo feriado luctuoso, arrastró hoy un alma herida. A veces escucho risas infantiles en la calle -y aunque yo me río también, por otras cosas, porque la vida sigue- hay algo que no cuadra en la escena. No me parece correcto reír.
Qué terrible contradicción. No se debe debe vivir así. No queremos vivir así.
¿Qué sigue? ¿Qué hacemos? ¿A quién culpamos? ¿A la mano abstracta del terror? Cada quien le pondrá la cara que más le convenza o le convenga. En ese sentido, lo que opine yo no importa.
Callo por respeto a los muertos. :(